Postales. Parte 2.
Traía conmigo muy poco dinero, lo suficiente para poder subsistir durante unos días, para comprar algo de alimento y puede que incluso para transporte; de todas maneras, si llevas mucho dinero o cosas de valor las mafias te lo acaban quitando. Las mafias son algo muy común aquí, se aprovechan de la precariedad en la que viven las personas para prometerles un paraíso utópico; sé que no debería de caer en su trampa, pero no tengo otra opción. Les tuve que dar una gran cantidad para que me ayuden a cruzar la frontera junto a otras quinientas personas. He estado trabajando desde que cumplí los doce años y finalmente he conseguido reunir la cantidad necesaria. Madre me dio algo del dinero que ha estado ahorrando durante estos últimos años; ella ha intentado convencerme de quedarme aquí en Trípoli, pues como cualquier madre, le quema en el alma el pensar que algo malo le pueda pasar a su hijo; pero también ha visto como me consume la rabia e impotencia de vivir en medio de esta situación cada día y se ha acabado rindiendo ante mi deseo de buscar un futuro mejor, aunque esto sea de la manera clandestina que nos proporcionan estos grupos criminales. Ellos me ofrecieron, más bien, obligaron, a viajar en una patera junto a 30 personas más. No recuerdo mucho del viaje aparte de que conmigo había una familia con un bebé y este no paraba de llorar. Nos alimentamos a base de arroz y algo de agua. Al llegar a la costa, reconocí que estábamos en Francia. ¿Eso significa que el plan había resultado? ¿Que el viaje había ido bien? Puede que para mí sí, pero la familia con el bebé que viajaba conmigo ya no estaba, espero que solo sea que les he perdido de vista y que hayan llegado sanos y salvos. Una asociación, de aquellas que aparecen tanto en los informativos, nos atendió médicamente; yo estaba en perfecto estado, si no tenemos en cuenta que acarreaba un dolor bestial en el cuerpo, producto de no haberme podido mover en días. Después del chequeo médico, nos trasladaron hasta un gran pabellón, donde pasaríamos la noche. Ahí descubrí en qué ciudad estábamos exactamente, justo encima de las gradas se encontraba colgado un gigantesco estandarte con un escudo y un nombre grabado: Tolón, ciudad costera y de montaña, pensé que perfectamente podría ser la localización ideal en la que cualquier hombre de clase alta querría veranear, junto a su mujer y a sus dos hijos. Al anochecer, traté de quedarme dormido para que el tiempo pasara más rápidamente, pero hacía mucho frío y yo no había comido nada, así que no lo logré. Pensé en mamá y en Tania, habían pasado ya tres días desde que me fuí, estoy seguro de que me echan tanto de menos como yo a ellas. Al no poder conciliar el sueño, cogí una libreta, un bolígrafo y comencé a escribir el mensaje que le prometí a mi hermana: “Querida Tania, ¿Cómo va todo? Yo estoy genial, no debes preocuparte por mí; ya he llegado y como te dije, ahora mismo estoy en Italia. Roma es una ciudad preciosa, hoy fuí a conocer el Gran Coliseo, el ambiente es precioso, había un montón de familias muy felices, cuando mamá y tú estéis conmigo, también lo visitaremos juntos. Después estuve en un elegante restaurante italiano, de esos donde te sirven platos de pasta con nombres extraños, todo estaba exquisito...” ¡Pam! Cayeron la libreta y el lápiz al suelo. No pude escribir más, el sueño finalmente pudo conmigo y caí rendido. Al día siguiente, decidí escapar del lugar, antes de que hubiera alguna intervención legal que me metiese en problemas. Gasté la mayoría de mi efectivo en un tren rápido desde Tolón, hasta la memorable y célebre capital: París. Debo encontrar un techo y algo de comida, paseé las calles de París en busca de un mísero puesto de trabajo. A todos los sitios a los que he ido me dan la negativa. Los más amables dicen que no buscan más empleados, mientras que otros me gritan palabras en francés que yo no comprendo, seguramente sean insultos racistas que se habrán pasado de generación en generación y que la mayoría no sepan ni porque los pronuncian. Es curioso que, de los pocos recuerdos que tengo de mi padre, hay uno en el que me dice: “Europa es un lugar perfecto, es como un paraíso en la tierra, el pueblo de las oportunidades”. Sinceramente, aún no me he encontrado con ninguna, puede que estas oportunidades se disipen cuando las personas escuchan mi acento, ven mi ropa o se fijan en mi color de piel; en definitiva, cuando me juzgan por la portada como si no supieran leer.